Paseando, así volví a aparecer en tu camino, andando a tu
lado, como cada día, caminando sin pensar a donde, aunque sabiendo ambos dónde
vamos a acabar.
Te observo mientras tus piernas nos llevan allá donde desean
ir, dibujo círculos alrededor de tu cabeza para ver si así consigo despertarte
de la ensoñación, tú sigues andando, con la cabeza baja, parece que tienes
demasiados pensamientos abstrayéndote.
Llegamos a ese lugar, ese rincón en el que a lo lejos queda
el mar, seguido de la arena y luego esa barandilla, este tope que te hace
decidir entre quedarte parado observando o cruzar y disfrutar de ese lugar que
te aguarda.
Como cada vez, yo doy el primer paso y me subo, me
siento y pongo mis manos sobre ella, normalmente tú también lo haces porque te
dejas guiar por mí, pero no hoy, te miro y te veo apoyándote en ella con los
pies en el suelo y la vista fija en el horizonte, mientras te agarras
fuertemente con las manos, como si quisieras frenarte o pretendieras no volver
a soltarla, como si su soporte te diese algún tipo de desahogo.
No te das cuenta, pero lo estas volviendo a hacer, vuelves a
escabullirte y hacer como si no estuviera, aun estando en esta barandilla,
nuestra barandilla, en la que hemos vivido tantos momentos, aquí fue donde
empezaste a sonreír, donde dejaste de pensar para simplemente hacer lo que te
apetecía, donde saltaste la barrera de la tensión y comenzaste a disfrutar,
donde olvidaste tus preocupaciones y te divertiste tanto como en la infancia,
donde recorriste la arena hasta no poder más y te dejaste caer para que te
calentara, en definitiva, fue en esta barandilla donde dejaste que guiase tus
pasos.
Te sonrío y acerco mi mano a la tuya pero sin llegar a
tocarte, solo para que veas la fuerza de nuestra unión porque aun sin tocarnos estoy
segura de que puedes sentir esa electricidad tanto como yo, y paso a contarte la
historia de aquella primera vez, esa que tanto me encanta repetir y que un día
me dijiste que no te cansabas de oír.
Aquella primera vez en la que decidiste cogerme de la mano,
en la que me dejaste mostrarte que otro camino es posible, en la que dejaste
que te quitase la venda y pudieses ver todo aquello que te impedías ver, en la
que descubriste lo agradable que te resultaba sonreír sin más, en la que
reuniste las fuerzas necesarias como para decirme que esto no tendría final.