sábado, 29 de agosto de 2020

 


A veces es lo que no digo y otras lo que no paro de repetir...

Que bonito es volver a ver ese brillo en tus ojos, ese que aparece en los inicios, ese de quien abre de par en par las barreras, de quien redibuja su sonrisa al encontrar tus hoyuelos, ese que no puedes esconder tras esa mirada transparente, esa forma tan tuya de abrirte en canal, ese corazón que aparece en tus labios, ese caminar despreocupado por cualquier rincón, esos silencios en los que no paras de pensar, ese botón escondido que muy pocos llegan a pulsar y que tiene un mensaje muy simple:
¿a dónde vamos?

Que suerte sentir cada día tu mismo escalofrío, de pies a cabeza, tu apretón de manos, suaves y firmes, tus caricias remolonas, sin final, tu respiración en la espalda, al compás, tu abrazo sin más, tu forma de tocar sin tocar, tu manera de verlo todo sin mirar, y el poder acompañar tus pasos con la brisa del mar.

Reconstruyo tu cuerpo con cada una de las piedras con las que fuimos a tropezar, lo moldeo con las lianas por las que tuvimos que trepar, lo estabilizo con los lagos donde nos reflejamos, lo ilumino con aquello que fue nuestro despertar, lo dejo pulir bajo la lluvia que nos resbalaba sin más, lo sello con los besos sumergidos en el profundo mar, y lo dejo partir tras las huellas que se quedaron a esperar.

¿Es justicia poética aprender que a veces lo extraño se convierte en cercano
y lo cercano deja de ser real?