sábado, 29 de marzo de 2014

Bloqueo

Esa jodida palabra, la que se aferra tanto que duele, que desgarra por dentro a su antojo y que impide tantas cosas…

Es capaz de llevarte al borde de la frustración una y otra vez, comienza por instalarse en la cabeza, se acomoda a gusto mientras disfruta de su obra, de cómo los pensamientos empiezan a aprisionarse sin descanso y te impide expresarlos, los deja poco a poco acumularse sin pausa, viendo cómo te van destrozando por dentro.

Pero es que justo cuando crees que ya no puede ir a más, ahí está, lo ves dejar su semilla germinada en tu cabeza mientras se traslada a tu pecho, se abre el hueco necesario entre el resto de sentimientos, se instala como una planta trepadora, nada escapa a su abrazo, es entonces cuando la frustración se acentúa y te embarga la desesperación, la angustia, ves como todas esas sensaciones se apoderan poco a poco del resto de tu ser y sientes la necesidad de llorar, de soltarlo todo, pero no, no te deja.

Y aquí estas, de nuevo, aun habiendo recorrido ya este camino, aun sabiendo que no tiene sentido, que la vida nos da cada cosa por una razón, vuelves a sentirte inútil y pequeñita, caes en su trampa y te olvidas de que querías  hacer hoy.


Es jodido querer explotar y no poder…

Cierra los ojos

Lo hago una vez y te veo, te observo ahora, como si estuvieses justo delante de mí, como si no hubiese dejado de hacerlo ni un solo segundo, te veo diariamente, me quedo embobada mientras duermes, cuando te desperezas y remoloneas bajo las sábanas, te sigo cuando decides levantarte, te admiro mientras te vistes, te observo mientras andas por la casa, cuando te tumbas en el sofá, sonrío como una tonta cuando parece que vienes hacia mí y se me abren los ojos. Lo hago otra vez y te oigo, te escucho ahora, como si todo este tiempo hubiese sido un pestañeo, quién sabe por qué, pero ahí estas, como melodía para mis oídos, te escucho en un susurro que me desarma una y otra vez, cada día, al despertar creo escucharte justo antes de abrir los ojos, al levantarme de la cama te oigo susurrarme que me quede, al salir del portal me parece oír como me dices justo en la oreja que te lleve conmigo, cuando paseo por la calle imagino que me nombras y apareces de la nada, es entonces cuando sonrío, sonrío tanto y a cada rato que creo que se me ha quedado ya la arruga en la cara, entonces se me abren los ojos. Vuelvo a hacerlo y te toco, mis dedos se pasean a su antojo por tu cuerpo, como si no se hubieran separado jamás, te acaricio a cada momento, dejo que su memoria se renueve una vez más recorriendo tu silueta, te hago cosquillitas por donde nadie las ha hecho, recorro centímetro a centímetro cada zona mientras te voy acercando suavemente sin que te des cuenta hacia mí, justo antes de que se me abran los ojos. Una vez más, solo una vez más, lo hago y respiro hondo, estas apenas a unos centímetros de mí y me embarga tu aroma, mi boca besa tu piel, recorriendo el camino que dejaron mis dedos, mis labios te besan despacio, como si cada día fuese la primera vez, recorro torpemente tu cuerpo mientras intento controlar mi respiración, bajo por tus brazos, me acerco a tu cuello, disfruto en tu pecho, me entretengo en tu barriga, te beso justo debajo del ombligo y agh se me abren los ojos. Y es que cierro los ojos, aparecen tus labios y empiezo a temblar…

martes, 18 de marzo de 2014


Aquí estamos, tú, yo, la fría noche que se cierne sobre nosotros, el sonido lejano de los coches y el cercano oleaje del mar a nuestros pies, la cristalizada arena q nos envuelve, la débil brisa que me hace tiritar… y entonces te das cuenta que todo lo demás sobra, que lo que nos hace disfrutar es el inicio, ese tu y yo, porque, qué es un paisaje sin ese recuerdo que ronda por tu cabeza, sin esa idea que te hizo visitarlo o sin ese acompañante que pestañea a tu lado.
Como esas historias contadas al aire, soltadas a bocanadas intermitentes, de forma rápida y brusca, como si todo fuese a durar esa milésima de segundo en la que se forman las palabras en tu cabeza antes de salir disparadas, pudiendo ser plasmadas en papel, hechas siluetas en la arena o incluso acariciadas en la piel, pero que adquieren sentido si alguien las escucha, las recoge, si alguien disfruta de ellas con una sonrisa, con una mirada que evoca el teletransporte allá a donde le lleva su propia imaginación, mientras te muerdes suavemente el labio.
O, tal vez, simplemente el silencio, ese que te encoje por dentro hasta hacerte insignificante, el que te hace sonreír cada día y buscar a tientas en la cama, porque todo ese silencio queda reducido a cenizas si es mientras paseas de la mano, le observas sin que se dé cuenta, recorres cada centímetro o mientras sellas sus labios.
Puede que incluso esa lágrima, aquella que brota sin querer, que aparece de repente como si llevase ahí siglos guardada, esperando el momento y el lugar más inesperado, esa gotita que cambia cuando el sentimiento que conlleva es alegría por volver, satisfacción por no haber perdido la esperanza, confianza por haber sido capaz o seguridad de que al fin pudiste llegar a ese punto en el que ya no hay vuelta atrás.