viernes, 21 de febrero de 2014

La barandilla

Paseando, así volví a aparecer en tu camino, andando a tu lado, como cada día, caminando sin pensar a donde, aunque sabiendo ambos dónde vamos a acabar.
Te observo mientras tus piernas nos llevan allá donde desean ir, dibujo círculos alrededor de tu cabeza para ver si así consigo despertarte de la ensoñación, tú sigues andando, con la cabeza baja, parece que tienes demasiados pensamientos abstrayéndote.

Llegamos a ese lugar, ese rincón en el que a lo lejos queda el mar, seguido de la arena y luego esa barandilla, este tope que te hace decidir entre quedarte parado observando o cruzar y disfrutar de ese lugar que te aguarda.
Como cada vez, yo doy el primer paso y me subo, me siento y pongo mis manos sobre ella, normalmente tú también lo haces porque te dejas guiar por mí, pero no hoy, te miro y te veo apoyándote en ella con los pies en el suelo y la vista fija en el horizonte, mientras te agarras fuertemente con las manos, como si quisieras frenarte o pretendieras no volver a soltarla, como si su soporte te diese algún tipo de desahogo.

No te das cuenta, pero lo estas volviendo a hacer, vuelves a escabullirte y hacer como si no estuviera, aun estando en esta barandilla, nuestra barandilla, en la que hemos vivido tantos momentos, aquí fue donde empezaste a sonreír, donde dejaste de pensar para simplemente hacer lo que te apetecía, donde saltaste la barrera de la tensión y comenzaste a disfrutar, donde olvidaste tus preocupaciones y te divertiste tanto como en la infancia, donde recorriste la arena hasta no poder más y te dejaste caer para que te calentara, en definitiva, fue en esta barandilla donde dejaste que guiase tus pasos.
Te sonrío y acerco mi mano a la tuya pero sin llegar a tocarte, solo para que veas la fuerza de nuestra unión porque aun sin tocarnos estoy segura de que puedes sentir esa electricidad tanto como yo, y paso a contarte la historia de aquella primera vez, esa que tanto me encanta repetir y que un día me dijiste que no te cansabas de oír.

Aquella primera vez en la que decidiste cogerme de la mano, en la que me dejaste mostrarte que otro camino es posible, en la que dejaste que te quitase la venda y pudieses ver todo aquello que te impedías ver, en la que descubriste lo agradable que te resultaba sonreír sin más, en la que reuniste las fuerzas necesarias como para decirme que esto no tendría final.