martes, 10 de febrero de 2009

Domingo memorable...

Este pasado domingo es digno de recordar...
Llegó la hora de enfrentarnos a la temida naturaleza, en concreto, a nuestro enorme y traicionero océano. Allí donde habitan extrañas criaturas, donde cualquier cambio de corriente te puede arrastrar, del que no existe dominio alguno y en el que queda mucho por explorar. Nos tocó la hora...
Una extraña mañana de domingo, soleada pero con bastante viento de levante o poniente qué sé yo! te levantas con la incertidumbre de no saber que te va a ocurrir dentro de unas pocas horas, con la clara convicción de que esa misma mañana vas a saber dónde te has metido al hacer el curso de socorrista, y con muchísimas ganas de quedarte en casa.
Pero hay que apechugar con las decisiones que se toman, así que apareces en Federación con una tímida sonrisa de cortesía (aunque por dentro sigas pensando lo mismo: ¿quién me mandaría a mi?), dispuesta hacer lo que te manden.
Llegamos a la playa, hora: entre las 10:30 y las 11 de la mañana, temperatura ambiente: menos de 10º, temperatura del agua: de 0 a -1º, suerte que tienes el neopreno prestado que te cubre la mayoría del cuerpo (sufres viendo a los que no pudieron conseguir uno), lástima no tener cubiertas manos y pies pues serán los protagonistas de toda la mañana...
Primero unas carreritas para entrar en "calor" (o eso nos dieron a entender), en las cuales todo empieza a cambiar. Al contacto de tus extremidades con el agua todo se vuelve negro, los pies parecen bloques de hielo y cada cosa que pisan es como una agujita pinchándote, salpicas esa agüita fresquita de la orilla pensando que contra antes te mojes mejor (o eso nos querían hacer pensar), pero lo peor estaba por llegar...
Te paras para escuchar la explicación de lo que hay que hacer a continuación, un tímido temblor empieza a recorrer todo tu cuerpo, respiras hondo y te engañas diciéndote que pronto habrá acabado todo (que ilusa).
De nuevo toca volver al agua, pero esta vez de lleno, coges aletas, gafas y la lata de rescate, quedas con tu compañero para que él haga la ida y tú la vuelta (¿a dónde? aun no lo sabía). Tu compi empieza a nadar mar adentro, tú te agarras a su lata y le ayudas dando pies, el agua empieza a empapar todo el neopreno, ya no te sientes ni manos ni pies, maldices en qué hora se te ocurrió meter la cabeza en el agua, pero aun así continuas ayudando y dando ánimos a tu compi (aunque no sepamos donde leches se va a parar la moto acuática indicándonos el final de la ida). Cambio! te toca remolcar, intentas nadar a crol pero es físicamente congelante para tu cara, así que decides ir a espalda (aunque ahora lo que sufra sea tu nuca), ahora sientes claramente la fuerza del viento que te desplaza varios metros de tu llegada en el punto de orilla, pero con la ayuda de tus aletas, de el ánimo de tu compi y de las ganas de acabar, terminas llegando y sales del agua. Otro error más, llegas primera por tus ansias de acabar, lo que conlleva tener que esperar al resto de compis fuera del agua, de pie, a la intemperie y con un tembleque que va en aumento recorriéndote el cuerpo (por lo que vuelves a preguntarte: ¿qué hago aquí?).

Vuelves a caer en el error, al pensar que ya no puedes pasar más frío, aun quedan los ejercicios constructivos, y los llamo así porque como dice la frase 'de los errores se aprende' (y así lo pensaba también nuestro instructor). Tocaba el último asalto, no por ello menos duro.
Con los puestos asignados (líder, víctimas, socorristas de agua y de tierra), llegó la hora de convertirnos en "auténticos socorristas", gracias a una buena organización, ganas de terminar y con muy buena voluntad de parte de todos, "sólo" (que creo que para ninguno fueron pocos) tuvimos que hacer tres rescates múltiples, en los que uno de ellos fui líder y en los otros dos restantes fui la víctima con lesiones cervicales (donde tuve la oportunidad de descubrir lo que se siente cuando se te congela todo el cerebro).
Después de esto, creo que os podéis hacer una vaga idea de cómo terminó todo. Tras dos o tres horas metidos en ese congelador, salimos sin sensibilidad en nariz, orejas, manos y pies, con unos tembleques que ya parecían convulsiones, y yo especialmente con una presión congelante en el cráneo.
Pero ¡PORFIN HABIA ACABADO TODO!
Ya solo quedaba despedirse de la gente con un simple movimiento de cabeza y tu sonrisa de dientes tiritando (lo siento mis convulsiones no daban para mas), con locura desbordante por volver a casa y darte tu duchita de agua caliente, para ver si era posible ¡¡volver a sentir tus extremidades y poder andar sin temblar!! Qué bien me sentó :D
Ahora solo queda por decir algunas cositas.
Fue una experiencia nueva (de esas que no se olvidan), donde mis conceptos de FRIO y DOLOR cambiaron rotundamente, en la cual aprendimos cosas básicas que nos ayudaran en nuestro futuro de socorristas, donde acepté definitivamente las advertencias de quienes me decían que ya no miraría ni disfrutaría el agua de la misma forma, y por último de la que sin duda tengo que estar orgullosa.

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