Diría que mi mente subconscientemente deletrea un texto en cada
momento que vivo, en cada sensación que experimento, en cada sentimiento que me
inunda, en cada visión que me deslumbra, pero sobre todo deletrea en mi cabeza
cada sueño que tengo, cada ilusión que los alumbra, cada añoranza que los
atraviesa, cada una de las esperanzas que se agolpan en ellos…
Hay
veces que le hago caso y transmito esas letras al papel, otras veces solo dejo
que me inunden la cabeza, algunas otras sobrepasan el pequeño espacio que
tienen en mi memoria y se me olvidan. Unos días pienso que lo que escribo es
importante, que me ayuda mucho expresarlo y que puedo estar contribuyendo a que
otras personas se nutran de ello. Otros días creo que es mejor no hacerlo, que
es mejor que solo me inunden la cabeza durante un rato para luego disiparse y
que así no pueda crear confusión, daño o desilusión en personas que puedan
sentirse ofendidas.
Hoy quería
escribir, quería hacer de este tiempo de descanso algo para mi reflexión, quería
rescatar todo lo vivido este mes de estrés y sacarlo fuera, quería que mi mente
me aportase una vez más cada una de las palabras oportunas y que mis dedos
fuesen únicamente hilos en su marioneta. Pero cuanto más lo intento, más me
alejo de conseguirlo, cuando más acerco mis dedos al teclado, más se aleja mi
mente de las palabras que quiero poner.
Cuando
llevaba un rato intentando comprender que es lo que ocurría, que es lo que me impedía
hacerlo, llegue a la conclusión de que he dicho todo lo que quería decir, he
pasado por alto todo lo que no quería retener en mi cabeza, he sonreído ante lo
que me ha hecho reír, he ido olvidando lo que me hacía sentir mal, he aportado
mi granito de arena en el día a día para que ahora no tenga más que disfrutar de
todo lo que me aporta cada una de las personas, animales y cosas que me rodean
y que es precisamente esto lo que me hace darle la vuelta, una y otra vez, a
las palabras que aparecen en mi mente.
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