Antes había sido una mera espectadora que pasea vagamente la
mirada, que no se daba cuenta de las turbulencias que producías, que se perdía tus
burbujas de aire, pero ese fue justo el lugar donde me enamoré de ti, justo en
ese instante en el que emergías del gran manto azul que tanto me encanta, cuando
empecé a ver como el agua resbalaba por tu piel, como ibas surgiendo de la
nada, como aparecías ante mí sin esfuerzo, como hacías que el tiempo se
ralentizase tanto como para poder apreciar cada pequeña parte de ti, fue
entonces ese eterno momento en el que me miraste, con el cual llevaba soñando
toda una vida, con el que lo transparente se volvió opaco a mi lado, esa
primera vez que te vi, me quede prendada de tu tranquilidad al deslizarte en el
agua, de tu sencillez, me di cuenta de lo mucho que te había buscado sin darme
cuenta, de todo el tiempo que te había añorado sin saber que existías, alargue
la mano esperando poder sentirte un poco más cerca, soltaste una bocanada de
aire y te hundiste, te sumergiste, dejaste que te envolviese de nuevo este mar
que nos había traído el uno junto al otro, yo te miré, observé como te ibas, te
admiré hasta la última punta de la aleta que sumergías delante de mí y prometí no olvidarte jamás.
Me di cuenta de que fui algo egoísta, de que esperaba que te
quedases, de que te quería solo para mí, de que no quería que hicieras nada más
que estar a mi lado, me sentí egoísta por pensar que no quisieras a nadie más, que
no necesitases nada más, que yo te hacía feliz, me dejé guiar por lo que quise
transmitirte, por creer que conmigo ibas a estar mejor, que estando yo todo
sería diferente, que podías ver lo que sentía, ver que eras un ser único entre
mis brazos, que tu cuerpo brillaba más si estaba a tu lado, me engañé, fingí
que no me daba cuenta, que podía luchar contra quienes te hacían esclavo de tu
propia vida, que lograría acabar con aquello que te encerraba, que mirándome
verías la libertad que siempre quisiste, me sentí egoísta al creer que yo era suficiente
para ti.