Ya está aquí, se instala despacio pero sin pausa, después
de 6 años lo ves venir en la tierra que te vio nacer, recuperando esa brisa
marina en tu piel y el olor del mar en tus entrañas.
Cuando estas tanto tiempo fuera, cambiando tu vida a
una ciudad de interior, al volver ya nada es igual, cada cosa que en tu
infancia vivías sin más, ahora despierta en ti sensaciones olvidadas y es capaz
de soltar nudos que ni siquiera sabias que tenías.
Una gran parte de ello se debe indiscutiblemente a
la cercanía con el mar, ese inmenso océano del que vivo enamorada desde que
tengo uso de razón, no concibo la vida sin estar a su lado, sin poder sentir el
sol o disfrutar del reflejo de la luna, sin ganar minutos de salud caminando
por la playa, sin disfrutar de la vida que acompaña en sí mismo y a su
alrededor.
Otra gran parte es poder estar con la familia y los
amigos, esas personas que saben más de ti que tú misma y eso indudablemente
ayuda mucho a tu relajación interior. Pero también el simple y llano sentir del
modo de vida de esta tierra que me vio nacer, de una Andalucía trabajadora,
risueña y a la que jamás se le acabaran los motivos para salir cada día a
disfrutar de la vida.
Por sus andares relajados, por el especial concepto
del tiempo, por el constante murmullo de risas, porque la multiculturalidad que
abarcamos nos puede hacer viajar sin movernos del sitio, por la unión de
montaña, pueblo, playa, ciudad y parajes naturales, porque si buscas algo lo
encuentras, para mí no hubo ni habrá mejor profesor que esta tierra.
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