Siempre me gustó la idea del tiovivo, esa en la que simula el ritmo de una vida que nunca deja de girar, dando igual lo que hagas dentro de el, tanto si te mueves como si te quedas parada, ese tiovivo no dejará de girar jamás. A ciencia cierta, nunca me gustó montarme en uno, me mareaba, me agobiaba y lo pasaba fatal, me limitaba a verlo girar y disfrutar de las caras de felicidad de mis hermanos cuando se subían.
Hoy me encuentro delante tuya y no dejo de pensar que no me había dado ni cuenta, pero inexplicablemente llevo años montada en tu locura, pasando de figura en figura, buscando la manera de encajar en alguna, haciendo malabares para tratar de encajar mi cuerpo con el tuyo, sin parar. Al final he salido despedida, lo que da de si la fuerza centrípeta y su manía de mantener la energía en constante transformación.
Desde aquí, desde este momento de pausa, he vuelto observar, a ver la rutina de la gente, las vidas de los demás, y de repente ha pasado, y a quien no?
A quien no le ha pasado el despertarse un día y que le invada de repente un desasosiego tan tremendo que le quita hasta el aliento, quien no ha podido evitar que la sensación se le instale en el pecho y le arrebate el presente de un plumazo.
Quien no ha salido a la calle con el abrumador sentimiento de darse cuenta que jamás tendrás lo que quieres, única y exclusivamente porque tu cabeza te lo impide, quien no ha visto desvanecerse entre sus dedos esa vida que nunca tendrá, esos momentos que no podrá vivir, esas sensaciones que ni siquiera logrará sentir. Quien no ha sido la persona de hierro que todos piensan que es, quien no ha soñado con tener alguien al lado que le haga sentir como si fuera un delicado pétalo pero a su vez que le anime como si fuera un tremendo dragón capaz de todo? Quien no se ha sentido así en algún momento?
Que jodido, que jodido es tener que ser siempre la fuerte, que el peso de las decisiones siempre recaigan sobre ti, que jodidamente absurdo es tener que despedirte del amor de tu vida y sobrevivir.