Hay momentos en que el olor lo impregna todo, en los que
el resto de sentidos dejan paso a que la nariz experimente, permitiendo que ese
olor siga ocupando cada recoveco, que se convierta en todo lo que deseas
retener para no perderte nada de lo que significa para ti esos instantes. Poder
recordarlos y que vuelvan a tu cabeza es relativamente fácil, pero cuando algo
se acompaña de ese olor característico puedes llegar a revivirlos en tu propio
cuerpo, puedes ser capaz de volver a estar justo en ese lugar y haciendo
aquello que deseas hacer en ese preciso instante.
Por un lado están los colores a los que acompaña, ahí
donde cierras poco a poco los ojos porque necesitas guardar cada uno de ellos a
fuego en tu memoria, y es que son muchos, muchos los colores que asociar, cada
uno da un significado, en cada uno de ellos guardo momentos imborrables, porque
no hay nada más que ver que sigues manteniendo los colores del arco iris. Por
otro están cada una de las delimitaciones que los separan, justo donde acaba
uno y empieza otro, en esa línea que cruza y recorre esa zona donde pierdes el sentido,
por esas que la curiosidad hace observar cerca, con detenimiento, queriendo
saber cuál es el lugar exacto donde cambias de uno a otro.
Pero sin duda es el olor, ese olor que dejan al pasar, al
vivirlos y revivirlos una y otra vez, ese que aparece repentinamente en tu
nariz, como si realmente no se hubiera ido, como si ya formase parte de ti. Y
es que sigues ahí, sigues en cada uno de los pasos que doy, como esa brisa que
me acompaña cada día.
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