Cuando casi ves el final cuesta seguir
avanzando pasito a pasito, te entran las prisas y al final los pies se
tropiezan solos, se te olvida que los pasos amplios cunden más que mini pasos
atropellados, que hay que darle un par de vueltas a las cosas antes de lanzarte
de cabeza al vacío sin paracaídas, porque al final los resultados pueden no ser
los que uno espera.
Algo parecido ocurre con las personas
que nos acompañan en el camino, unas están en cada paso y otras no, pero se nos
olvida que no es elección nuestra si no suya, que cada cual se relaciona con
los demás cuando quiere y de la forma que sabe, no hay una fórmula mágica ni
universal pues cada uno conserva aquello que le aporta beneficio en la vida de
la mejor manera que conoce.
También pasa con nuestro amor propio,
ese gran desconocido para casi todos, después de tantos momentos vividos para
los demás se hace realmente extraño vivir alguno para uno mismo, porque no te abandona
esa sensación de querer compartirlo con alguien, no desaparece esa falta de
individualismo, al contrario, es como si no entendieses ni fueras capaz de ser
de esa manera.
El tiempo puede ser a la vez aliado y
enemigo, en el mismo momento en el que sales por la puerta cada día te
enfrentas a su doble realidad, pero aun así lo haces, con dudas, con las
piernas temblando y el alma a rastras, porque el coraje es tu bandera de
identidad y lo único que no debemos perder nunca es a nosotros mismos.
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