Siempre,
una verdad dicha puede significar darte cuenta del valor de todo aquello que
forma parte de tu vida y a la vez de lo poco que lo tienes en cuenta, sea como
sea, diga quien lo diga y se haga como se haga, las verdades duelen.
Basta una
simple palabra, una frase soltada sin más, una mirada empleada con fuerza, un
pequeño suspiro entre dientes, todo, todo aquello que decimos creyéndolo, puede
tanto favorecer a unos como perjudicar a otros.
Solemos
caer en la errata de que el ser humano es capaz de tener la verdad absoluta,
cuando no se acerca ni remotamente a la realidad, a lo largo de nuestras vidas,
cada uno busca su propia verdad, consciente o inconscientemente, ansiamos esa
sabiduría propia, pero comúnmente olvidamos que solo puede ser alcanzada si recordamos
que no hay que dejar de aprender cada día. Puede parecer una contradicción,
pero no, cada ser humano que busca la verdad podrá obtener sólo su propia
verdad, algo que solo podrá servirle a el mismo o incluso para apoyar en el
camino de otros que quieran hallarla, pero el ser humano erra en creer que su
verdad es absoluta y en querer imponerla por encima de todo y de todos.
En tu
propia verdad siempre debe haber más de todo aquello que te muestra tu entorno
que de conclusiones egocéntricas, deberías poder descubrir el valor de todo lo
que te aportan cada día aquellas personas que forman parte de tu vida, de demostrarte
a ti mismo todo lo que vales sin necesidad de menospreciar al resto, de ser
capaz de compartir y aceptar a cada cual como es, de apoyarte en todo aquello
que enriquece tu vida.
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