domingo, 26 de mayo de 2013


Siempre, una verdad dicha puede significar darte cuenta del valor de todo aquello que forma parte de tu vida y a la vez de lo poco que lo tienes en cuenta, sea como sea, diga quien lo diga y se haga como se haga, las verdades duelen.

Basta una simple palabra, una frase soltada sin más, una mirada empleada con fuerza, un pequeño suspiro entre dientes, todo, todo aquello que decimos creyéndolo, puede tanto favorecer a unos como perjudicar a otros.

Solemos caer en la errata de que el ser humano es capaz de tener la verdad absoluta, cuando no se acerca ni remotamente a la realidad, a lo largo de nuestras vidas, cada uno busca su propia verdad, consciente o inconscientemente, ansiamos esa sabiduría propia, pero comúnmente olvidamos que solo puede ser alcanzada si recordamos que no hay que dejar de aprender cada día. Puede parecer una contradicción, pero no, cada ser humano que busca la verdad podrá obtener sólo su propia verdad, algo que solo podrá servirle a el mismo o incluso para apoyar en el camino de otros que quieran hallarla, pero el ser humano erra en creer que su verdad es absoluta y en querer imponerla por encima de todo y de todos.


En tu propia verdad siempre debe haber más de todo aquello que te muestra tu entorno que de conclusiones egocéntricas, deberías poder descubrir el valor de todo lo que te aportan cada día aquellas personas que forman parte de tu vida, de demostrarte a ti mismo todo lo que vales sin necesidad de menospreciar al resto, de ser capaz de compartir y aceptar a cada cual como es, de apoyarte en todo aquello que enriquece tu vida.

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