sábado, 14 de septiembre de 2013

A mar


Me sumerjo en el basto océano, nado sin pausa, tengo prisa por llegar pero realmente no sé hacia donde me dirijo, doy cada brazada sin tregua, muevo mis piernas al compás de las olas y mi cabeza no abandona en ningún momento el agua.

No llego a meta alguna, pero me paro, me detengo casi al borde de la asfixia y cojo una buena bocanada de aire, no es suficiente, mi respiración se torna angustiosa y necesitada, la cabeza me da vueltas y los músculos me palpitan sin cesar.

Recupero el aliento y me tranquilizo, centro mi mirada en lo que me rodea, primero observo el camino que he recorrido con tanta ligereza, oteo la costa y ahogo un suspiro, mis ojos siguen el contorno de los miles y miles de edificios que camuflan artificialmente la visión, observan a los cientos y cientos de personas que se agolpan en la arena y apenas pueden discernir donde se encuentra la montaña, entonces se me vuelve a agitar la respiración y me doy media vuelta, me transporto hacia el lado contrario y mi vista se pierde en el basto y lejano horizonte marino, el aire vuelve a entrar y salir con suavidad de mi nariz y mis ojos se cierran deslumbrados.

Me tumbo sobre la superficie, dejando mi cuerpo a merced de mi escasa flotabilidad y a expensas de lo que pueda o no haber a mi alrededor, mis oídos quedan sumergidos notando cada uno de los palpitos de mi corazón y con una misteriosa sensación, ¿será así como se escucha el silencio?, ¿quizá sea esto lo que tanto necesitaba?

Siento una vibración creciente que me despierta de mi ensoñación, aumenta, parece que se acerca cada vez más, el mar se embravece a su ritmo y me puede la curiosidad de averiguar de qué se trata, una lancha, una de esas lanchas que llevan remolques con diferentes artilugios hinchables con personas encima, me pregunto entonces si un simple oído como el del ser humano es capaz de notarlo ¿a cuantas ampliaciones deben sentirlo las especies marinas?


No se que haría sin tenerte, sin haberte sentido envolviéndome aquella primera vez hace ya más de veinte años, se que entre tu y yo hubo hay y habrá siempre algo indescriptible, algo que ni siquiera mi imaginación puede llegar a reconocer, pero ahí esta, adoro perderme en tu azulado manto, escrutarte con la mirada y embelesarme con tus sonidos.

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