A veces ocurren situaciones que te hacen echar la vista
atrás, aunque solo sea por un instante…
Sentada en el asiento de un coche, rumbo a alguna parte y
con más personas dentro de él hablando cada uno de sus cosas, mirando distraída
por la ventana, viendo pasar las cosas velozmente y pensando en que la vida también se nos escapa de las
manos sin darnos cuenta, escuchas como comienza una canción por los altavoces
del coche, una de tantas canciones virtuosas del gran Sabina, de repente el
paisaje se transforma, aparece ese pequeño rincón de la cocina de tu añorada
casa donde pasaste muchas mañanas sentada no hace demasiado tiempo, al otro
lado sartén y olla en los fogones, utensilios de cocina y alimentos que
preparar en la encimera, sin faltar ella, mi madre, esa mujer que aun haciendo
varios platos a la vez, es capaz de cantar y moverse siguiendo el ritmo de la
música, mientras entre canción y canción rememora sus propios momentos que
vivió cuando escucho esas canciones por primera vez.
Sonríes, ya no solo por el hecho de que unas pocas notas
sean capaces de transportarte, sino porque una vez más te das cuenta de que el
valor de una madre no tiene precio, porque aun no estando presente y aunque
pase lo que tenga que pasar, esos instantes siempre volverán a tu memoria.
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