Tras muchos vaivenes aquí están, frente a frente, coraje y
desesperación, como si de viejos amigos se tratase, se observan como sabiéndose
todo el uno del otro, cuando realmente no saben nada.
Empecemos por la segunda palabra, porque es lo que fluye más
rápido, lo que tarda menos en apoderarse de todo y lo que arrasa allá por donde
pasa. Mi vida, ese entresijo de quieros y no puedos, del ellos antes del yo, de
los dejo todo para acudir a vuestra llamada por lo mío ya lo haré en otro
momento (aún sabiendo que quizá nunca sea el momento), de intentar mantener la
casa limpia aun retrasando tu propia limpieza, de gastar lo primero que tengo
por veros sonreír por no me compro nada para ahorrar hasta el último céntimo,
de llegar a un punto de insensibilidad en el que ves que todo se desmorona y tu
no sientes nada…
Continuemos por la primera palabra, debiendo ser paciente
para esperar que las ideas vayan saliendo de ese lugar acorazado con una
cerradura de la que jamás nadie encontró la llave maestra, pero que aún así su
poder es tal que por un solo resquicio es capaz de levantar montañas y mover
océanos. Mis momentos, esos instantes de hacer y crear, de las palabras de
aliento frente al espejo, de lágrimas en
tus mejillas mientras le das una oportunidad más a tu mente, del tremendo
esfuerzo cuando llevas tus fuerzas al límite, del hoy un poquito más que ayer
pero nunca más que mañana…
Terminemos con el hacerte creer a ti misma que alguien
entiende lo que escribes, que ahora mismo en cualquier otro lugar del universo
hay alguien que traspasa la secuencia de letras y es capaz de comprender el
mensaje oculto en tu cabeza, que saben descifrar el delgado equilibrio que
implica estar vivo...
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